Casa Bolívar, Buenos Aires
Octubre de 2021
Texto: David Nahon
El misterio de las flores
A Darwin lo volvían loco las flores, escribió que eran un misterio abominable. Que la repentina aparición de plantas con flores era desconcertante para todos los que creen en cualquier forma de evolución. Las flores eran la hendidura por donde se le coló al naturalista el creacionismo. La imprecisión para situarlas consentía la hipótesis de que las plantas con flores habían sido creadas milagrosamente, es decir, sustentaban la explicación divina del origen de la vida en la Tierra. A partir de la independencia económica de los Países Bajos en el siglo XVII, sobreviene un boom económico. Se invierte en terrenos y Amsterdam se vuelve tan costoso que los inversionistas empiezan a migrar hacia otros emprendimientos. En ese entonces, las flores eran un símbolo de ostentación en el centro de Europa. El exotismo de los bulbos de tulipán provocó una euforia productora y compradora, tanto que los precios aumentaron exponencialmente y en 1635 se llegó a intercambiar un bulbo de tulipán Semper Augustus por una mansión en el centro de Ámsterdam. Las sumas más grandes las pagaban los coleccionistas de arte, nuevos ricos con mucho dinero para gastar y de esa manera las flores fueron la primera burbuja económica en la historia. La segunda fue la pintura. Estos coleccionistas burgueses de Holanda son protestantes, no van a querer santos como los anteriores. Esta necesidad del mercado va a dar lugar a la prosperidad de tres géneros de la pintura, el retrato, el paisaje y la naturaleza muerta. La belleza en ese entonces tenía un carácter moral, los cuadros tenían que ser bellos. La fealdad de una pintura ubicada en alguna parte de la casa donde se esperaba un bebe, podía hacer nacer al niño con alguna deficiencia. En una vuelta un poco forzada pero divertida uno podría decir que si un niño nace o se cría entre obras de arte, posiblemente se incline a la práctica artística. Esa sería, a ojos de muchos, un déficit, una deficiencia. Entonces ¿Qué causa la obra de arte? Nietzsche presenta anudados dos instintos opuestos. Apolo, la luminosidad, la bella apariencia y Dionisos, divinidad oscura cuyo despedazamiento a manos de titanes evoca los horrores de la existencia. Así la Tragedia anuda lo bello apolíneo con el horror dionisiaco, tal como “florecen las rosas sobre una rama de espinas” según Nietzsche. De un modo similar, Lacan piensa la belleza como la última barrera frente al horror, a diferencia del arte contemporáneo que muestra el horror sin velo y de forma descarnada. Pintar lo bello tantas veces como sea posible hasta que esa repetición desenmascare una sospecha. Pintar una flor, un tallo, un florero. Situarla distinto, iluminarla con luz natural, con luz artificial. Ubicarla bajo la estela de la historia de la pintura. Proceder con la materia sin delicadeza. Empastar, cincelar con acrílico hasta que aparezca una forma imprecisa, mental. Elegir un jarrón, disponerlo hasta que encuentre la orientación precisa. Esa si y no otra. De ser otra, entonces hará falta una pintura nueva y retomar la tarea. Volver una y otra vez a mirar lo mismo. Ocupar el trabajo del florista inventando un Ikebana fantasmal. Un tratamiento mediante esa repetición que Freud llamaba demoniaca de la neurosis, puesta a trabajar mediante la práctica artística. El sadhana del yoga, ejercicio diario y repetido para darle al cuerpo y a la mente una disciplina que exprese el infinito dentro de uno. Una meditación. Un mantra que duplica la misma frase en una pintura tras otra. Cuando afuera es siempre lo mismo, adentro empieza a resonar distinto. Flores en jarrones, sobre mesas. Flores con una pintura de flores detrás. Antes también hubo flores, por ejemplo en el interior de las tumbas egipcias, en las pinturas murales romanas y en los mosaicos de Pompeya. En esos casos las flores casi prescindían del detalle. En este, también. Los jarrones son esquemáticos, hay fondo y figura apenas para identificar un objeto de otro pero en el plano parecen lo mismo. De tal inmediatez que se alojan en un vaso de vidrio como se las conserva en el hospital cuando no hay tiempo para detenerse en pormenores. Los tallos y las hojas son de un solo trazo negro, proyectan una sombra tenebrosa. Otras parecen bajorrelieves, quizá pintadas directamente con espátula. En cada una de estas obras de arte hay una parte de la historia del arte. Son flores que provocan a la experiencia, el ojo se cruza con algo que lo detiene. Flores, jarrones, manteles improvisados con papeles de envolver. Siempre es un poco nervioso y torpe todo. Hay una urgencia por pintar que ¿quién sabe? podría ser el deseo del artista. Están llenas de huellas estas pinturas, eso es importante. Los rastros de la performance de la pintura. Puede incluso haber flores en los mismos jarrones que las alojan, es tremendo. Lo cubren todo. Una belleza de naturaleza ominosa, tan presente que no hay donde escapar. Charles Baudelaire publicó Las flores del mal. Sus flores eran poemas, flores enfermizas que no respetaban el estilo ni los recursos de la época. Flores vulgares, sin artificios, que elevaban el lenguaje coloquial a la categoría poética. Que exploraban la visión descarnada del erotismo. Flores como poemas que se obsequian al enamorado y se acercan a la tumba de los fallecidos. Eso son las flores y quizá eso es el arte, un artificio donde se juntan la vida con la muerte. A partir de ahora, quedamos advertidos cuan perturbadoras pueden ser las flores.
Ay florero, ay florero,
dame un ramo de tu flor,
pa que mi novia me quiera
igual que la quiero yo.
Ay florero, ay florero,
dame un ramo de tu flor.
Ay florero, ay florero,
que padezco mal de amor.
El misterio de las flores
tanguillo de Manolo Escobar (1959)
David Nahon





